Cuando el dinero motiva prácticamente cualquier actividad que se
lleva a cabo en el planeta, es esencial que entendamos cómo funciona el
dinero y qué se puede hacer para utilizarlo con mayor sentido.
El sistema monetario actual responde a las necesidades de los
bancos, pero es extraordinariamente perjudicial para el resto de la sociedad.
Sin embargo, con unas pocas dosis de rediseño inteligente podríamos
conseguir afrontar la actual crisis de deuda y de desempleo con
mayores garantías.
En la actualidad, aproximadamente el 90% del dinero con el
que se opera se expresa en forma de meras anotaciones electrónicas
que figuran en las cuentas bancarias de los usuarios. Este dinero digital es,
en realidad, muy diferente al dinero real que podamos tener en el
bolsillo, ya que es creado por empresas privadas que tú y yo conocemos con el
nombre de “bancos”.
Cuando a alguien se le concede un préstamo, el dinero
no se saca de la cuenta de una persona para dárselo a otra, sino que
simplemente se anota en un sistema informático. Casi todo el dinero
electrónico se crea de esta manera, de la nada, y son los bancos quienes
lo crean.
En la actualidad, si queremos más dinero para la economía, la
única manera de conseguirlo es pedir más dinero prestado a los bancos.
Mientras que tú personalmente quizá seas capaz de controlar tus
gastos y no necesites endeudarte para ello, en el caso de las arcas públicas,
ningún país parece capaz de pagar nuestras deudas colectivas sin
endeudarse. Tenemos que pedir prestado todo el dinero que necesitamos a los
bancos para seguir impulsando la economía y, si no nos
endeudamos, la economía se paraliza.
Por tanto, tenemos que cambiar radicalmente el sistema
monetario, si queremos hacer frente a la enorme montaña de deuda a la que hacen
frente las personas y los hogares. En lugar de que los bancos tengan esa
licencia que actualmente tienen para “imprimir” dinero electrónico en
forma de deuda, necesitamos una fuente de financiación que esté libre de deuda.
Este dinero tendría que ser creado por una organización transparente y
responsable, que debería tener en cuenta los intereses de la sociedad en su
conjunto.
El dinero seguiría siendo creado de la nada, pero en lugar de
crear este dinero y prestárselo al público como hacen los bancos, este
órgano democrático crearía dinero y lo gastaría en la economía real. El primer
método de creación de dinero incrementa el importe total de la deuda, el
segundo lo reduce, porque el dinero recién creado se puede utilizar para pagar
las deudas existentes.
¿A qué podríamos destinar este dinero nuevo? Una
opción sería en infraestructuras, por ejemplo, para acometer un
necesario proceso de cambio para adoptar plenamente las energías renovables
antes de que los precios del petróleo terminen fuera de control.
Podría utilizarse para rebajar los impuestos al 20% más pobre de la
población, por ejemplo, mediante la reducción del IVA, un impuesto que
pagan hasta los pensionistas y los desempleados cada vez que compran algo
en una tienda. O, alternativamente, ese dinero podría ser distribuido de
manera proporcional entre todos los adultos del país para que
lo destinen a lo que mejor les parezca.
Lo importante es que este dinero libre de deuda llegue al
ciudadano de a pie para que se pueda utilizar para devolver
la deuda contraída con los bancos o para que se gaste en la
calle y en las empresas locales, de manera que contribuya a la creación de
puestos de trabajo.
Compárese esto con lo que pasa actualmente cuando los
bancos crean dinero, en donde la mayor parte de ese dinero queda
atrapado en los mercados financieros o inmobiliarios. Sólo el 8% de los
préstamos bancarios llega en realidad a las empresas, la mayor parte del resto
de préstamos se destinan a préstamos hipotecarios, lo cual empuja
hacia arriba los precios de la vivienda o motiva la especulación en los
mercados financieros.
Por supuesto, tenemos que asegurarnos de que este dinero recién
creado no impulse una tendencia alcista de la inflación (empujando los precios
hacia arriba). Pero durante los últimos 40 años, la cantidad de dinero
disponible en la economía ha aumentado en un promedio de un 11,5% al
año, porque los bancos se han dado cuenta de que, cuanto más dinero
prestan, más intereses pueden cobrar y más beneficios consiguen.
Por tanto, si queremos controlar la inflación, tenemos que
impedir que los bancos creen dinero, y asegurarnos de que el ente público que
se haga cargo de la creación de dinero, no lo haga al mismo ritmo al que
lo han hecho los bancos.
Si ese organismo público plenamente responsable crea
ese dinero nuevo libre de deudas, dicho dinero puede ser utilizado
para pagar las deudas existentes y, al reducir la deuda personal, las
personas y las familias tendrán más dinero para gastar en
las empresas reales (y no en las entidades financieras). De este
modo, se crearían puestos de trabajo y se reduciría el
actual nivel de desempleo, que alcanza ya máximos históricos.
Y este aumento de puestos de trabajo significa menos pobreza y
una reducción de los problemas que la pobreza lleva aparejados. La ventaja
es que los cambios técnicos que son necesarios para impedir que los bancos
creen dinero, también conseguirá que los bancos sean mucho más seguros, de
modo que los impuestos que pagamos al gobierno puedan ser empleados en
cosas que necesitamos, y no en rescatar entidades
bancarias tóxicas.
Algunos economistas ven esta alternativa como una propuesta
radical y peligrosa, ¿será que les desmonta el chiringuito? Después de todo, no
podemos resolver una crisis de deuda con más deuda.